esferas lúdicas
Las esferas son muy parecidas a las intenciones que se descontrolan. Si no nos crees, y solo por diversión, haz la prueba:
trata de coger esas pelotas que descienden colina abajo.
Te garantizamos un buen rato.
Imaginemos un “riguroso directo” en los primeros años del siglo veinte. Una cascada de voces, sensaciones y gestos que conformaban una realidad líquida que se escurría entre los dedos. Contenerla solo estaba al alcance de los periodistas con el oido más fino y las manos más veloces. La pluma estilográfica era la herramienta que, por fin, cerraba el círculo. Lo que se lograba transcribir al papel era la base de lo que uno podía relatar. La “actualidad” no esperaba a nadie. Pero cuando todo dependía de algo tan leve como que la tinta fluyese sin interrupción la cosa se complicaba.
Así que cuando Lázsló József Biro, periodista húngaro, vio a unos niños jugar con unas canicas respiró aliviado al ver cómo una de ellas pasaba por encima de un charco y dejaba trazada una visible línea en el pavimento seco.
El resto fue ingeniería; un cilindro que contenía tinta en su interior y una bolita en su extremo regulando el flujo. La nueva herramienta de escritura adoptó el nombre de “esferográfica”; de manera casi literal, una esfera que escribe.
La danza clásica dibujaba mediante rigurosos diseños las posiciones de los pies de los danzantes. Unas líneas adicionales señalaban el desplazamiento. Así se ponía énfasis en lo que se movía y no en el nuevo espacio que cada movimiento dibujaba a su alrededor. Es decir, señalaba “lo lleno” y daba por supuesto “lo vacío”; una forma elegante de dejar el movimiento en reposo (casi como una pelota esperando en el centro del patio la salida de los niños al recreo).
Para Rudolf von Laban la danza no era tanto cuestión de llenos como de vacíos. Nos explicamos. Si uno piensa que el movimiento solo es posible si hay un lugar vacío a nuestro lado al que trasladarnos, entenderemos que no existe acción sin reposo; o dicho de otro modo, que solo hay una manera de ir de A a B y pasa por no estar ni en A ni en B. Estar, literalmente, en danza.
Pero Laban necesitaba hilar todavía un poco más fino, porque quería, también, investigar las razones por las que decidimos ir de un lugar a otro. Y descubrió que esos movimientos podían quedar mediatizados por nuestros estados de ánimo lo que haría que toda nuestra gestualidad tuviese un punto arrebatado. Así nació la danza expresionista ventana por la que se coló gran parte de la danza contemporánea. Un juego de tensiones y calmas; de pesos y levedades. Casi como los de esa pelota golpeada por el niño feliz.
Una esfera es un sólido geométrico goloso. Su principal cualidad es que todos los puntos de su superficie son equidistantes al centro. Esto permite que, si tomamos una en nuestras manos con las dimensiones adecuadas, podamos acariciarla girándola sobre sí misma volviendo en cada rotación a un punto ligeramente distinto. Es posible que esto nos conduzca a un cierto estado de éxtasis. No en vano Ionesco, el escritor rumano, ya nos advirtió sobre el potencial alineante de las formas redondeadas: “tome un círculo, acarícielo y tendrá un círculo vicioso”.
Y si bien es cierto que no conviene confundir círculo con esfera ocurre que, como tantas otras veces, nos quedamos con el goce (que en una versión más prosaica sería algo así como “que nos quiten lo bailao”).